martes, mayo 31, 2011

Uno es peligroso, el otro un genio

Francisco Franco. Alfredo Pérez Rubalcaba. Uno es un hombre peligrosísimo, asociado a incontables acciones criminales, a corruptelas sin fin, un hombre capaz por sí solo de arruinar la imagen de España, su economía y su política. El otro es un genio militar, capaz de ver lo que ni las mayores superpotencias imaginan, que logró una unidad indisoluble en torno a su figura, un hombre valeroso que si se asoció a malas compañías fue sólo porque le obligaron sus enemigos. Por lo visto, para hilar nombre y descripción hay que cambiar el orden. La primera descripción es la que están dando de Alfredo Pérez Rubalcaba un gran conjunto de periodistas de ideas, digamos, conservadoras, después de que se haya confirmado que será el candidato del PSOE a las próximas elecciones generales. La segunda descripción es la que da de Francisco Franco el nuevo Diccionario biográfico español coordinado por la Real Academia de la Historia. Sabía que el actual ejercicio del periodismo estaba podrido. Desconocía que el de la historia también, pero han venido a confirmármelo unos señores que, en teoría, son los que tienen que velar por que la historia no se cuente desde un bando.

No me voy a escandalizar por el hecho de que todavía hoy haya gente que siga escribiendo panegíricos de Franco. Tampoco me voy a asombrar de que procedan de instituciones de supuesto prestigio. Ni mucho menos me voy a rasgar las vestiduras por el hecho de que se paguen obras así con ingentes cantidades de dinero público (aprobadas con José María Aznar de presidente del Gobierno... y Esperanza Aguirre como ministra de Cultura). A todo esto estoy acostumbrado. No hay novedad. Lo que me asombra es que la Real Academia de la Historia pueda trabajar sin que nadie de los órganos oficiales que aportan dinero sepa en qué está trabajando con detalle. Me deja abrumado que se permita que el Rey lea un discurso para presentar esta obra (elogiándola, por supuesto) sin que la Casa Real conozca el contenido. Y, por encima de todo esto, me fascina ese fenómeno tan español de que nada, absolutamente nada, provoque consecuencias. Si después de más de treinta años de democracia, el hecho de que se publique un diccionario biográfico en el que se ensalza la figura del un dictador no provoca la dimisión del más alto cargo de la institución que publica esa obra, es que ya podemos perder toda esperanza. El periodismo estaba muerto. La historia está un poco más cerca de estarlo también.

Tampoco hay sorpresa en la más que virulenta reacción al nombramiento de Rubalcaba como candidato socialista a La Moncloa. Es lo esperado en una serie de personas que dicen ejercer el periodismo pero que en realidad apuestan por el proselitismo más rancio y carente de toda crítica. No estoy defendiendo a Rubalcaba, no, no me soltéis todavía los perros aquellos que compartís el pensamiento de quienes le ven como el hombre más peligroso sobre la faz de la tierra. Lo que sí estoy haciendo es pensar en los motivos de esa virulencia. Yo no creo que Rubalcaba tenga opciones reales de ganar las elecciones de 2012, y menos después de ver los resultados de los pasados comicios municipales y autonómicos. Pero la derecha mediática, esa que parece tener un poder absoluto para contaminar con su rencor y sus ideas tergiversadas, demuestra que le tiene miedo. ¿Por qué, si no, tanto insulto, tanta descalificación, tanto improperio y tanta rabia desatada? Curioso. Y si esto es lo que dicen ahora a Rubalcaba, imagináos lo que se escribirá de él en la futura edición de este Diccionario biográfico español que se publique dentro de, pongamos, 50 años. Rubalcaba, alecciona a tus herederos, que se pueden forrar con una querella...

lunes, mayo 23, 2011

Perdemos casi todos

La verdad es que pocas elecciones que haya vivido me han dejado un regusto más amargo que estas autonómicas y municipales que acabamos de ver. No por el hecho de que haya ganado el PP, tampoco por la derrota del PSOE. No hablo de cuestiones partidistas, no. El motivo está en el escenario resultante de lo que ha elegido el electorado y las conclusiones a las que llego. Y es que creo que, con este resultado electoral, perdemos casi todos. El "casi todos" excluye, por supuesto al PP, partido que ha arrasado y que ahora comienza a disfrutar de un poder que no ha tenido jamás, y que culminará cuando dentro de menos de un año (¿antes?) el candidato de los populares a la Presidencia del Gobierno se siente muy a gusto en su despacho del Palacio de la Moncloa. Sabiendo cuál es mi ideología política, una que nunca he escondido y que no me impide ser crítico, algunos pensarán que esto no es más que una pataleta de mal perdedor, pero nada más lejos de la realidad. Lo digo porque es lo que pienso, y lo pienso después de haberle dado muchas vueltas.

Para empezar a explicar por qué digo que perdemos casi todos, es obligado recordar uno de los motivos de queja del movimiento del 15-M. No queríamos un bipartidismo político. En eso estoy de acuerdo. Me encantaría que hubiera alternativas, más allá de PP y PSOE. Pues bien, el escenario que ofrece el 22-M no es ya un bipartidismo, sino un monopartidismo. El PP lo gobierna todo. Casi todo, en realidad, porque siguen quedando las excepciones nacionalistas (el tema de Bildu da para mucho más que estas líneas), el único pacto posible entre PSOE e IU en Extremadura y la anomalía de Álvarez-Cascos en Asturias, anomalía que al fin y al cabo deja ese gobierno autonómico en las mismas manos. Si ya es difícil conseguir que los dos grandes partidos se pongan de acuerdo para las grandes reformas de Estado, no es difícil imaginar lo imposible que será que sólo uno de ellos, con el aval incuestionable de las urnas y muchas mayorías absolutas en su poder, decida por sí mismo que tiene que cambiar el sistema que le ha otorgado semejante poder. Quien siga pidiendo una reforma de la Ley Electoral, una de las más necesarias de nuestra democracia y por la que llevo años abogando, me temo que va a clamar en vano.

Es cierto que han entrado muchas fuerzas políticas en las instituciones locales, y también es incuestionable el ascenso de Unión, Progreso y Democracia, así como una sensible recuperación de Izquierda Unida. Pero también es cierto que, de nuevo salvo la anomalía del partido de Álvarez-Cascos, no tienen la suficiente representación como para hablar de un fenómeno de interés general. Les interesa a estos partidos, desde luego, porque cada concejal y cada alcalde es una cantidad de dinero importante para sus arcas, pero el poder queda concentrado en unas pocas manos, casi todas del mismo partido. Extrapolado ésto a unas elecciones generales, el PP se queda al borde de la mayoría absoluta y tiene varias posibilidades de pacto para gobernar, con partidos pequeños o con partidos nacionalistas. Es decir, lo mismo que se le reprochó a Zapatero con tanto ahínco en su primera legislatura. Si no hay mayoría absoluta en las generales (yo me temo que sí la habrá), dentro de un año veremos, y de eso no tengo ninguna duda, que la crítica al PP no será tan intensa como la que sufrió el PSOE. En esto y en otros muchos temas. Tiempo al tiempo.

Es imposible meterse en la cabeza de todos y cada uno de los españoles que ha ejercido su derecho al voto, pero la conclusión mayoritaria a la que está llegando todo el mundo es que la debacle del PSOE se debe a la crisis económica (en la mirada más bondadosa para con los socialistas) y a la actuación de José Luis Rodríguez Zapatero en ese terreno (en la que, creo, es la más aceptada versión). Eso demuestra varias cosas. En primer lugar, que por regla general no sabemos lo que son las comunidades autónomas y los ayuntamientos. Si hay un voto de castigo a Zapatero, no hemos votado en unas elecciones autonómicas y municipales, sino que esto ha sido una primera vuelta de unas generales. Siendo ésta la percepción general de los españoles, que prefiere votar a un partido antes que a un programa (y a un partido por su líder o por su ideología, y no por su delegado local), quizá va siendo hora de replantearse de verdad el modelo autonómico. Quizá no sean necesarios tantos concejales y diputados. Quizá nos sobren instituciones. Quizá esa sea la gran revolución que tiene pendiente la democracia española.

Esto es una conclusión lógica si tenemos en cuenta que los líderes autonómicos del PSOE han pagado por los errores del Gobierno central y no por los propios, o no se han visto beneficiados por los aciertos que hayan podido tener en su gestión. Que se lo digan a Barreda, porque pocos socialistas han sido más críticos con el presidente del Gobierno, y sin embargo se ha llevado una derrota tan ajustada como emblemática e histórica. A poca gente parece que le haya importado la gestión local de la crisis, pues el castigo se lo han llevado los dirigientes socialistas y no los populares. Es decir, que, si la causa principal del voto está en la crisis, para los españoles los presidentes autonómicos y los alcaldes no tienen responsabilidad alguna en la situación económica ni medios para luchar contra ella. Si tuvieran esa influencia, lo lógico es que también hubiera habido voto de castigo para aquellos dirigentes que no son del PSOE y que llevan cuatro años mandando en sus respectivas instituciones. No ha sido así. ¿Por qué? Cada votante sabrá. El caso es que me hace gracia que hoy el alcalde de Madrid hable de trabajar para generar empleo. ¿Eso no es problema sólo de Zapatero?

Otro asunto preocupantes es que tampoco ha habido voto de castigo a la corrupción. He escuchado una interpretación que dice que eso es porque el votante no tiene conciencia de que esa corrupción sea un daño para su bolsillo. Pues vale. El caso es que la eliminación de los corruptos de las listas era otra de esas utópicas reivindicaciones del movimiento que ha eclosionado en la Puerta del Sol. Estas elecciones han evidenciado la imposibilidad de que esa demanda se haga realidad. Los corruptos han triunfado más o menos con la misma rotundidad que hace cuatro años. Las acusaciones, las pruebas y los juicios no han importado en el ánimo de los votantes. Y se habla de un récord en el voto blanco y en el voto nulo, pero éste sigue registrando niveles casi marginales, que se mueven en torno al cuatro por ciento. Desgraciadamente, eso no basta para la revolución con la que se sueña en la Puerta del Sol y otras tantas plazas españolas. Vale, y perdonandme la resignación, para crear un hastag en Twitter, para rellenar páginas de periódico y minutos de informativo, pero no para mover a quienes hoy tienen más poder a ceder parte en beneficio de la democracia.

El mito de que en España sólo la izquierda ejerce el voto de castigo con los suyos y que el electorado de la derecha se mantiene fiel pase lo que pase, queda para mí confirmado hasta la próxima vez que acudamos a las urnas (cuando, me temo, quedará de nuevo revalidado). Si no hay juicio crítico con todos, no hay nada que hacer. Y algunos me dirán que ya hubo castigo al PP por su gestión del 11-M, por Irak o por el Prestige, pero nunca lo he visto así. El PP no perdió las elecciones de 2004 porque perdiera demasiados votos. Su apoyo entre el electorado es fijo, de ocho millones de papeletas para arriba. Son los votos de los demás los que fluctúan. Y es que el PP no ha ganado más poder en estas elecciones porque votantes decepcionados del PSOE le hayan dado sus votos, sino porque esos votantes han diseminado sus votos entre otros partidos, sobres vacíos y papeletas nulas. El PP, a día de hoy, todavía no ha sido castigado por sus electores. Nunca. Y sin ese espíritu crítico, la democracia pierde siempre. Hoy hay mucha gente feliz por la debacle del PSOE. Y no seré yo quien diga que no se han buscado este resultado desde las propias filas socialistas. Pero hoy veo una democracia más débil, y por eso creo que perdemos casi todos.

sábado, mayo 21, 2011

Jornada de reflexión

Tengo puntos de vista contradictorios sobre el movimiento que acapara los titulares desde hace unos días. Veo partes buenas y partes malas, luces y sombras. Pero, qué queréis que os diga, soy muy escéptico. Sinceramente, no creo que se consiga nada más de lo que ya se ha conseguido, que por desgracia no es más que un movimiento mediático que no culminará en que sus deseos, protestas o iniciativas provoquen algún cambio concreto. Por descontado (y aunque nunca he entendido del todo el carácter festivo que encubre las protestas masivas en esta país, motivo que me ha alejado desde hace años de las grandes manifestaciones), no estoy en contra de este movimiento. Ni mucho menos. Llevo tiempo pensando que España (¿el mundo?) está adormecida, y al menos la masiva presencia de gente en la Puerta del Sol de Madrid y en otros muchos lugares de España (y del mundo) evidencia que no es así, que hay vida más allá del letargo generalizado. Y disfruto viendo como la calle vuelve a sus legítimos dueños: a la gente. La calle es de la gente. Me encanta como suena esa frase. Pero me gusta más lo que significa. Y eso es lo que estamos viendo estos días.

Pero reflexionando aún más, encuentro cosas que no me terminan de agradar, que no encienden la llama de mi esperanza. La masa es peligrosa en más de un sentido y temo que haya mucha gente en esas fotografías que no tiene ni idea de por qué están allí. Temo que no sea más que una concentración festiva. Temo que sea un fuego que se apague en cuanto se anuncie el resultado de estas elecciones. Puede que se apague de golpe o poco a poco, pero tengo la impresión de que este movimiento no va a provocar reacción alguna en la clase política o en la económica. No va a cambiar la Ley Electoral. Si acaso, conseguirán alguna promesa de los partidos políticos de afrontar ese debate que, como tantas otras veces que se ha planteado en el pasado, acabará en nada cuando ya no haya nadie en Sol. ¿Eliminar a los corruptos de las listas electorales? Echad un vistazo a los resultados de mañana, a ver quién gana en la Comunidad Valenciana o en Madrid y por qué margen. ¿Controlar a los bancos? No nos engañemos, el dinero controla el mundo y el dinero lo tienen los bancos. Es al revés. La política está hoy mediatizada por el control bancario y económico. Los políticos hacen lo que dice el dinero. Y salvo que la revolución sea mundial, no creo que haya nada que hacer.

Al menos, este movimiento sirve para que quede expresado un descontento con el funcionamiento del sistema. Porque eso, y no otra cosa, es lo que yo entiendo como el eje de estas protestas. La gente está harta de que todo funcione tan mal, de que el poder perpetúe sus privilegios, de que la justicia no sea justa, de que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres, de que un voto no valga lo mismo según sea su destinatario o su lugar de emisión, de que haya clases privilegiadas cuando la Constitución dice que todos somos iguales, de que haya un despilfarro obsceno de dinero en esto que llaman campaña electoral y que no sirve para nada más que para malgastar el dinero de todos (porque todos subvencionamos a los partidos políticos; ¿quieren mítines? Que los paguen los afiliados). Hay cansancio y el 15-M lo ha demostrado. Pero no sé si se puede hacer algo porque se está permitiendo, y estoy convencido de que el resultado electoral lo va a demostrar, que hasta este hartazgo se politice de forma partidista. La derecha lo ha interpretado como una censura al Gobierno socialista. Y se equivoca. Si ese fuera el caso, basta con no votar al PSOE y optar por el PP o por algún otro partido minoritario. Pero no es eso. Es una rebelión contra el sistema, no contra quien o dirige.

Todos sabemos que el poder cambia de manos con facilidad, y que de no mediar cambios radicales en el funcionamiento de la política española siempre pasará de manos populares a manos socialistas y viceversa. Sólo hay algunas anomalías regionales y nacionalistas que se escapan a este bipartidismo de facto. Si la queja es contra un bando, con unirse al contrario está todo hecho. Pero la gente no está protestando contra un bando. Al menos no sólo está haciendo eso. Está protestando contra el sistema que forman ambos bandos. Si el bando que va a salir ganador de estas elecciones ya ha dejado claro que ve la protesta social como un espaldarazo a sus pretensiones de poder y como un ataque directo a su rival político, ¿cómo cambiar algo? Soy escéptico, sí. Muy escéptico. Creo que la única forma de cambiar algo es que en las elecciones de mañana no vote nadie. O, como mucho, un 10 por ciento del electorado. Eso sí sería un mensaje claro. Y eso me deja una conclusión final: que tengo que seguir reflexionando, porque yo soy de los que siempre ha animado a todo el mundo a votar y ahora sólo veo una salida en la abstención absoluta. Y eso no se va a producir.

lunes, mayo 09, 2011

Adiós, Seve

Contaba el otro día Miguel Ángel Revilla, presidente de Cantabria, una anécdota que me pareció tan hermosa como triste. Explicaba en TVE la última vez que había visto a Severiano Ballesteros. Fue en el aeropuerto de Barajas y ambos venían a Madrid. En el pasillo del aeropuerto, decenas de personas detenían a Revilla para hacerse fotos con él. El fotógrafo, ese al que le damos la cámara en un momento así simplemente porque está cerca, era Ballesteros. "¿Pero sabéis quién es éste?", preguntaba el propio Revilla a esas personas que preferían inmortalizarse con él antes que con el legendario jugador de golf. Está claro que no sabían quién era Severiano Ballesteros. En realidad, lo más probable es que ni siquiera sepan quién es Miguel Ángel Revilla y sólo piensen que es ese tío gracioso que sale por televisión. La anécdota me parece tan triste como hermosa.

Hermosa porque demuestra que Seve (me dejas que te llame Seve, ¿verdad?) era un buen tipo, que aguantó con elegancia la escena, seguro que incluso con una sonrisa. No me cabe la menor duda. No le conocí. Ojalá lo hubiera hecho. Pero era un buen tipo. Se le ve en la cara, en los ojos, en la sonrisa. Se ve en él y en lo que de él han dicho quienes le conocían. No son buenas palabras ante un muerto producto de la corrección o la hipocresía. Son elogios sinceros hacia la persona que hay detrás de la leyenda. Y es ahí donde me entra la tristeza. En que la leyenda era, para demasiada gente, sólo un nombre conocido. No creo que haya demasiada gente que entienda lo que supuso Severiano Ballesteros para mucha gente, para muchos lugares, para todo un deporte. Seguramente yo tampoco lo entiendo, pero creo que tengo una idea bastante precisa porque mirar la vida desde su propio tiempo y lugar es una tarea que me fascina.

Los británicos, esos que tanto adoran el golf, le hicieron un homenaje en 2009. Multitudinario. Precioso. Inolvidable. Se nota viendo la emoción contenida en el rostro de Seve. Lo veo ahora y se me pone la piel de gallina. Aquí eso no fue noticia para casi nadie. Algo se dijo en algún sitio porque fue Txema Olazabal, el segundo gran golfista español, el que le entregó el premio. Pero no se puede transmitir el fervor y la idolatría que tanta gente demostró en aquel momento para con Seve. Para mí, Seve fue siempre parte de mi vida. Me encanta el deporte y el nombre de Seve siempre estuvo ahí. Quizá como para las nuevas generaciones estará el de Miguel Induraín. Quizá como para las próximas esté el de Rafa Nadal. pero estaba. No soy, ni mucho menos, un experto en golf, aunque algo he visto, pero sabía quién era aunque no recuerde estar delante de la pantalla en sus grandes momentos.

Y ahora parece que todo el mundo sabe de golf, que todos esos que día tras día demuestran su ignorancia incluso hablando de fútbol ahora tienen palabras para explicar lo que significó Seve. No lo saben, no. Todos los homanajes que se le hagan serán insuficientes. Eso lo dijo Olazabal, el mismo que, con sus lágrimas del pasado viernes, cuando se conoció la noticia del empeoramiento de Seve, ya me dejó claro que era cuestión de horas que conociéramos su muerte. Al menos, Seve pudo disfrutar en vida, en una vida demasiado corta, del cariño de la gente y de los reconocimientos y premios que a otros sólo les llegan cuando mueren. Pero aquí, que tan patrióticos somos para lo que queremos, no hemos sido capaces de entender lo que representaba. Lo que representa.

Adiós, Seve. Ojalá tengas más suerte en tu próximo torneo. Ya llevas una tarjeta impresionante.

lunes, mayo 02, 2011

Una sensación extraña

No sé qué habría hecho hoy de haber tenido un motivo personal para odiar a Bin Laden. No sé si, como han hecho miles de personas, habría salido a la calle para celebrar su muerte a manos del ejército norteamericano. Quizá yo también habría sido una de esas personas que se sintió en la necesidad de expresar su júbilo en el corazón de Nueva York, Times Square. O en la Zona Cero que hasta hace diez años dominaban dos Torres Gemelas, dos magníficos colosos de cristal, acero y hormigón. Igual, de haber estado en Washington, me habría acercado hasta la verja de la Casa Blanca, en un gesto casi de agradecimiento a quien dio la orden final de abatir al tipo responsable de tantas miles de muertes y de tanto odio expandido por todo el mundo. No me siento con fuerzas para criticar a la gente que evidenció así todo su dolor. Ni siquiera para soltarles un sermón sobre que una muerte no puede provocar tanta alegría, sobre las consecuencias que ésta en concreto puede tener sobre el mundo o la Historia. No sabría qué decirles. Quizá incluso viéndoles me contagiara de su alegría.

Pero, estando tan lejos, lo que tengo es una sensación extraña. Muy extraña. Hoy es un día histórico porque Bin Laden es un personaje del que se hablará en los libros de historia, y los días históricos marcan. En esos libros se hablará de su terrorismo. Se hablará del 11-S. Se hablará de su muerte. Y, sin embargo, enterarme de que alguien le ha metido una bala en la cabeza no me ha provocado ninguna reacción especial. Era algo tan esperable como aparcado. Van a cumplirse diez años del 11-S. Y diez años es mucho tiempo. Bin Laden ya no era parte del día a día. Ya ni siquiera se le consideraba parte esencial de los dramas bélicos y terroristas que dominan la actualidad. Sí, ahí seguía en la lista de los más buscados. Pero ya no era el enemigo a batir, ya no se escuchaban cada poco tiempo esos mensajes grabados en los que sólo teníamos constancia de su voz. Yo, al menos, no lo sentía presente. Pero, claro, como digo yo no tengo razones personales que encuentren consuelo en su muerte. Ni siquiera le veo, desde ese prisma personal, detrás del 11-M.

Lo extraño es que veo las imágenes de júbilo y tengo la sensación de que la gente está celebrando un triunfo deportivo o algo por el estilo. No veo detrás de esos rostros la muerte de un terrorista internacional, un cambio en la historia o la llegada de un periodo de paz. La alegría de los americanos y la muerte de Bin Laden me llegan como fenómenos disociados, aunque sé que no lo son. Pero veo imágenes que no encajan y sin embargo van de la mano. Tanto como, por lo visto, la necesidad de matar a Bin Laden. El ojo por ojo, la vieja ley del talión. La sentencia de muerte sin juicio previo. Son cosas en las que no creo, pero miro a toda esa gente feliz y como poco me entran dudas. Pero no dudas de lo que habría que haber hecho o sobre la conveniencia de esa cruel forma de actuar, de esa interminable espiral de violencia y odio. Sí tengo dudas sobre lo que la gente espera que sus dirigentes hagan. Dudas sobre dónde están los límites que se pueden y no se pueden cruzar. No tengo dudas sobre mis principios, tengo dudas sobre los principios del mundo en el que vivo. Y eso es una sensación extraña.